Desde que nacemos, nuestro temor más grande es estar solos. Nuestro subconsciente sabe que es difícil satisfacer nuestras necesidades humanas sin entrar en relación con los demás, y somos “sociales” por naturaleza.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo y desarrollamos nuestro propio carácter y una escala de valores rige nuestras actitudes ante la vida, nos damos cuenta de que la relación con los demás no es fácil, mutuamente nos herimos con frecuencia y otra parte de nuestro subconsciente nos pide “mantener las distancias”.
Planteándolo de la siguiente manera y a modo parábola tenemos "El dilema del erizo":
En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados.
Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo.
Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se hacen demasiado daño ni mueren de frío.
Sigmund Freud utilizaría esta parábola para explicar el modo en que las personas nos relacionamos afectivamente unos con otros.
En la relación de pareja, al acercarnos al otro, confiando y poniendo en sus manos la capacidad de hacernos felices, inevitablemente vamos a sufrir en algún momento. Cuanto mayor sea la intimidad, más probabilidad habrá de sufrimiento.
Y no será siempre por heridas de “verdaderas púas”: muchas veces, interpretaremos incorrectamente las razones de las actitudes de los otros, eligiendo habitualmente la explicación menos favorable.
Por eso, tendemos a buscar esa distancia óptima en la que no nos arriesgamos demasiado, pero tampoco podemos ser felices. Hay relaciones que incluso llegan a mantenerse juntos, solo porque eso resulta mas soportable que sobrellevar el dolor de la separación.
Del mismo modo que los erizos, tenemos que elegir: O nos mantenemos a una distancia prudencial, manteniendo relaciones superficiales que no nos comprometan demasiado, o nos arriesgamos a una relación íntima, profunda y confiada, en la que podamos sentirnos verdaderamente importantes en el corazón y la mente del otro. Tenemos la capacidad de elegir disfrutar de una relación cercana donde crecer como personas, admirar a la persona real que se esconde en el otro, ser amados, abrazar, decir la verdad, contar con el otro, ser auténticos y no necesitar fingir...
...Optamos por el camino mas favorable para nosotros mismos o para ambos como pareja. O es que acaso ¿vamos a dejar de disfrutar de las rosas porque tienen espinas?
Fuente: http://www.relaciondepareja.net/el-dilema-del-erizo/