En un mundo donde la sociedad nos convence de que seremos felices comprando, es momento de empezar una revolución.
Se estima que un joven de 21 años ha visto, a lo largo de su vida, alrededor de un millón de spots publicitarios. La masiva inundación de este tipo de mensajes hace que la sociedad sea cada vez más materialista. Un estudio realizado en 385 hogares donde no se veía televisión, reveló que los niños de estos hogares tenían mejores notas, creaban más juegos con su imaginación y molestaban menos a sus padres para que les compren cosas, en comparación con los niños que vivían en hogares donde se veía televisión.
Varios estudios de personalidad identifican el nivel de materialismo de las personas, con afirmaciones como “Las cosas que tengo, dicen mucho de cómo me va en la vida” o “Comprar cosas, me da mucho placer” o “Mi vida sería mucho mejor si comprara cosas que necesito”. Los estudios revelan que las personas más materialistas son menos felices, tienen más estrés y tienden a percibir que las personas alrededor de ellas son medios para lograr sus objetivos, generando así deficientes relaciones sociales.
En conclusión ser materialista nos perjudica, pero la sociedad en su conjunto nos impulsa a serlo.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Aquí algunas ideas:
En primer lugar, reducir nuestra exposición a los mensajes publicitarios que se difunden en los diversos medios de comunicación, y ver menos televisión.
En segundo lugar, educar a los niños y jóvenes en la identificación de los mecanismos de influencia en dichos mensajes. Si los niños entienden cómo se trata de manipular a las personas con un spot publicitario, estarán más preparados para no dejarse influenciar.
En tercer lugar, conectar a las personas con sus valores y motivarlas a que tomen conciencia de si lo que compran está alineado con ellos. Por ejemplo, a una persona que le compra un juego de violencia a su hijo se le pide que reflexione si ese producto está alineado con sus valores y lo que quiere para su hijo.
Muchas personas están inmersas en el ciclo vicioso del materialismo: buscan la felicidad, pero tratan de encontrarla en el lugar equivocado. Es como una persona en un desierto que ve a lo lejos un espejismo y camina ansioso para llegar al oasis, para darse cuenta, después de caminar mucho, de que el oasis sigue lejos de él. Comprar cosas nos da una satisfacción que dura muy poco, el ser humano se adapta a las cosas. Se logra más felicidad soñando en lo que tendremos, que teniéndolo en nuestras manos. El sistema neuronal del deseo es muy distinto al sistema neuronal del disfrute o placer.
“Feliz no es el que consigue lo que desea, sino quien disfruta lo que consigue”
Cuentan que una persona soñó que estaba caminando por un sendero y que un monje le entregaba un diamante finísimo. Cuando se despertó, pensó: “Es solo un sueño”. Pero cuando tuvo que viajar y pasó por un sendero similar al de su sueño y luego, se cruzó con un monje igual al de su sueño; inmediatamente, le solicitó: “Tú tienes algo que me pertenece”. El monje sin decir una palabra, sacó un diamante y se lo entregó. El hombre no podía creer su suerte. Pero, poco a poco, sintió que lo invadía la intranquilidad. No podía descansar, ni podía dormir pensando en el monje. Al día siguiente, fue a buscarlo y le dijo: “Aquí tienes tu piedra preciosa, he venido por un tesoro más grande, aquel tesoro que te permitió desprenderte del diamante, ese es el tesoro que quiero aprender”.
Vivir una vida más desprendida, desapegada y menos materialista requiere de coraje, de esfuerzo y de saber dónde se encuentra la verdadera felicidad.
Fuente: http://www.effectusfischman.com/articulos/detalle/154/-usted-vive-una-vida-de-bienes-o-de-bienestar-
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