El olor de la tierra mojada de mi jardín puedo sentir,
las hojas se mueven en lento vaivén, una bella mañana primaveral me recibe.
Mis amigos los árboles, plantas y flores me rodean,
y en estrecho abrazo me acogen las enredaderas, aspiro el aire que me dan,
quieren brindarme vida y que me una a ellos.
Un ruido ensordecedor me despierta de mi letargo, giro a un lado la cabeza,
me levanto de la hierba,
el silencio de aquel pantano ajeno, se había visto estropeado por la infectocontagiosa languidez
que trae consigo la contaminación de mi pueblo.
Todo se vuelve marrón oscuro, lo verde ya casi muere,
en un charco un pequeño vegetal me pide ayuda pues la fetidez grisácea la devoraba.
Te saque del pantano y te lleve a mi jardín.
Allí creciste durante muchos años.
Te abrazaba fuerte y en acogedora sombra me hablabas.
Tus hojas me acariciaban y vi que diste vida a tu alrededor,
pues unos pajarillos hicieron su nido en tus ramas.
Prometí cuidarte.
Llego la modernidad y con ella el duro asfalto y el frio cemento.
Hacía falta espacio y me fue enmendada la tarea de acabar contigo con una filuda hacha.
Al primer tajo tu sangre manaba.
Seguí cortando una y otra vez con el filo del hacha que se desvanecía ya,
faltaba poco y sin pensar lo que hacía; te daba muerte.
¿Porque me destruyes? preguntabas
No es por mí, te contesto yo sin dejar de cortar tu tallo,
en rojos hilos ya tu cuerpo caía deshecho, para entregarte luego como leña.
Lloré.
Aquel niño que sobrevivió al tiempo había muerto.
Guarde luto una hora.
Ahora el tronco del árbol, muerto yacía en la vereda.
El ingenuo asesino se daba cuenta de que ahora la calma reinaba en la soledad. Absurdo.
Creíste hablar con las plantas, ahora te odian.
Ahora todas mueren en tus manos apenas las tocas.
Ya no te quieren pues mataste al más viejo de ellos; un árbol.
Te susurran: Asesino.
Antes te daban las gracias por existir tú, y darles de beber.
Al verte llegar gritaban en discreto susurro al viento:
Bienaventurados los que ven cosas hermosas en lugares humildes donde otros no ven nada.
Ahora, aborrecían tu presencia.
No fue mi culpa. Crecí.
¡Eso no te exime de tu error! Pues pudiste decidir, te recriminaban ellas.
¿Algún día me perdonaran?
¿Algún día me perdonaran?
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